“Un psicólogo va al cine” es una sección de artículos en la que hablamos de psicología a través de las películas, tanto del análisis de la conducta de los protagonistas como de algunas ideas o conceptos relevantes en la psicología actual. Ojo, contiene spoilers.

Batman Begins, 2005. Warner Bros.

En los últimos años el gran público ha acogido con entusiasmo el género cinematográfico de superhéroes (Los vengadores, Iron Man, Wonder Woman…). Dentro del género, las películas destinadas a desentrañar los orígenes de los superhéroes son un “caramelito” en la boca del analista de conducta, que se recrea en historias que necesariamente prometen una evolución en su protagonista principal, en identificar las variables responsables de dicho cambio. En otras palabras, ¿qué es lo que convierte al niño multimillonario Bruce Wayne en el justiciero Batman? Analicemos.

El director Christopher Nolan (Memento, Interstellar) adentra a Bruce Wayne (Christian Bale) en Batman Begins en un viaje a las emociones más temidas. Ya en su primera escena, una accidental caída a una cueva llena de atemorizantes murciélagos permite al pequeño Bruce enlazar tanto con la iconografía de Batman como con uno de los principales temas del film: el miedo. Pero no será ésa la escena que determine todo su desarrollo posterior, sino el asesinato de sus padres ante sus propios ojos siendo tan solo un niño. Al salir prematuramente de la ópera con sus padres (asustado por la presencia de bailarines disfrazados de murciélagos), la familia Wayne se cruza en su camino con un atracador. El atraco acaba en tragedia y el padre de Bruce Wayne muere al tratar de proteger a su mujer (personaje tristemente invisible a lo largo de todo el metraje), que también fallece al recibir otro disparo. 

En dicha escena, a Thomas Wayne le queda un último suspiro para dirigirse a su hijo, para dejarle su legado: “no tengas miedo”, sentencia. Difícilmente podría haberle dedicado unas últimas palabras más problemáticas y desestabilizadoras. El miedo forma parte de aquellas reacciones emocionales que por su valor de supervivencia deben ser rápidas, automáticas y con un bajo control voluntario. Así, Thomas Wayne dispone el contexto verbal para que cada vez que su hijo Bruce tenga miedo (lo que irremediablemente sucederá), este miedo le ponga en contacto con algo aún peor: está rompiendo la última voluntad de su padre. Y me pregunto, ¿qué otra cosa podría sentir un niño al que acaban de asesinar a sus padres ante sus propios ojos sino miedo? Funcionar bajo la regla de que no debemos tener determinadas emociones (tan escurridizas a nuestro control voluntario y tan necesarias) y apostarlo todo al cumplimiento de tal regla nunca es un buen plan. El resultado, una persona atormentada por la muerte de sus padres y por un legado imposible de cumplir. El pequeño Bruce lo tiene claro: “[el asesinato de mis padres] es culpa mía, si no me hubiera asustado [en la ópera]…”. Bruce se verá abocado no sólo a gestionar el miedo y la tristeza asociados naturalmente a la pérdida, sino también la culpabilidad recientemente asociada al propio miedo y al fracaso continuo ante la última voluntad paterna. Abocado a dejarlo todo de lado para luchar contra su propio miedo, honrando la memoria de su padre. Finalmente, la ira ante los responsables de la muerte de sus padres (y la ira como forma de escapar del miedo) completará el cocktail perfecto para que Bruce inicie su descenso a los infiernos del crimen y los bajos fondos (“pero no me he convertido en uno de ellos”, alega Wayne). 

En ese viaje da con un grupo de colgados llamado la Liga de las Sombras, en la que es iniciado bajo el tutelaje de Ducard (Liam Neeson). Aquí Bruce sigue su contraeducación emocional (prosigue la lucha contra sí mismo: “para manipular los miedos ajenos antes has de vencer los tuyos propios”) y aprende artes marciales. Ducard comparte semejanzas con Bruce, también ha sufrido una gran pérdida y también ha tomado el camino de la lucha contra sí mismo, de aplacar el dolor zurrándose la badana con el que se le ponga por delante (sí, en un templo, muy espiritual, pero zurrándose la badana). Ducard habla sobre su pérdida, sobre sus recuerdos, “acabas deseando que esa persona no hubiera nacido para no tener que sufrir”, zanja. Y es que los recuerdos dolorosos pueden generar mucho sufrimiento, pero puede ser aún más problemático destinar tu vida a tratar de evitarlos o luchar contra ellos, perdiéndote todo lo demás.

Como vemos, el multimillonario Bruce Wayne tiene todo de cara para dar con sus huesos en Arkham… ¿pero qué es lo que hace que Bruce Wayne y Ducard tomen caminos tan (aparentemente) antagónicos? ¿Dónde está la diferencia?

  1. Por encima de todo, Bruce tuvo un buen modelo, su padre. Una parte importante de nuestro comportamiento lo aprendemos a través de la imitación de “modelos” (lo que llamamos modelado). Thomas Wayne fue un ciudadano ejemplar, un filántropo altruista que representó y verbalizó valores y reglas de comportamiento que sin duda calaron en su hijo, generando un repertorio de conducta incompatible con el comportamiento requerido en la Liga de las Sombras. Nota para padres y madres: no bajéis los brazos, la educación es una semilla cuyo fruto se hace esperar.
  1. En cuanto al mantenimiento de dichos valores, el papel de Alfred (Michael Cane) es fundamental. El mayordomo cumple la función de lo que llamamos en psicología estímulo discriminativo. Un estímulo discriminativo señala la ocasión de llevar a cabo determinado comportamiento, como puede ser la luz verde del semáforo, que nos señala que podemos cruzar sin ser atropellados, o el sonido de la lluvia, que nos señala que coger el paraguas antes de salir nos evitará mojarnos. De la misma manera, Alfred señala -o recuerda- a Bruce la ocasión de comportarse “como su padre”, en coherencia con los valores aprendidos, lo que constituye sin duda una de las principales motivaciones de nuestro protagonista (por mucho que en ocasiones sus acciones le hayan alejado temporalmente de este camino).

Estas dos variables juegan a favor de Bruce, que escoge emociones más acordes a su historia de aprendizaje familiar para diferenciarse de sus ex compañeros de la Liga de las Sombras (“la compasión es lo que nos diferencia de ellos”). Bruce toma partido y convierte a Ducard en su antagonista. A partir de aquí Bruce comienza a ser Batman, transformándose en su figura más temida, el murciélago, y la película de Nolan comienza a ser una película de acción más. Después de las peleas, las carreras con el batmóvil, unas cuantas explosiones y la clásica lucha final entre el bueno y el malo, Bruce se reencuentra con su amiga de la infancia Rachel (Katie Holmes), de quién está enamorado. Bruce se ha convertido en alguien diferente, irreconocible… y Rachel le rechaza. Pero antes de irse le apunta: “tu padre estaría muy orgulloso de ti”. Al fin. Ha merecido la pena… 

¿Qué podemos aprender de esta película? Si te encuentras en lucha permanente contra tus propias emociones y recuerdos (y sobre todo si esta lucha te está apartando de tu vida tal como quieres vivirla), no es necesario que ingreses en la Liga de las Sombras ni embutirte en neopreno para luchar contra el mal, simplemente quizá sea el momento de plantearte recibir atención psicológica.